(Ricardo Mansoler)
¿Cuántos semitonos nos separan de
la nota deseada?
El improvisador sabe lo que busca
pero dispone de un tiempo limitado:
las distancias son breves entre
lo previsible y lo alterable
están las trampas, los recursos
para que la tensión vaya y vuelva
de lo sutil a lo intenso y su sentido
inverso para que la atención del
recipiente no decline o se extravíe:
un discurso ininteligible o dudoso
no convence a nadie. La cantidad
no siempre suma; importan matices
e ideas que circulan y resuelven
jugando con el ritmo:
la contradicción entre lo rígido
del orden y la libertad del movimiento
que lo lee no es un juego, más bien es
una burla.
La burla siempre es celebrable: todos
apreciamos al que hace lo que no somos
capaces de hacer nosotros mismos.
¿Cuántas notas le sobran al discurso
improvisado?
Cada cual oye lo que desea oír,
o al menos una parte: la partitura es
la misma, pero lo que se oye depende
del intérprete.
No todo depende del deseo,
propio o ajeno. La nota indicada
o la palabra justa pueden hacerse
esperar: un rodeo a tiempo, puede
resignificar esa falta creando otra
tensión a resolver (los cromatismos
son un buen recurso para pensar en
el futuro, pero limitado: en la escala
cromática, todas las notas tienen el
mismo valor)
El improvisador improvisado
no sabe adonde va, navega sin destino
en el fluir de ese tiempo que lo excede.
Busca las notas amigables para salir
a flote y volver a intentar ¿Siempre
se vuelve al primer amor?
El otro, sabe lo que busca
y por donde llegar:
Conoce las notas a evitar,
las que son de paso
y el valor del silencio
para que vibren los armónicos
del alma humana.
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