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sábado, 1 de octubre de 2022

La improvisación perfecta

 

(Ricardo Mansoler)

 

¿Cuántos semitonos nos separan de

la nota deseada?


El improvisador sabe lo que busca

pero dispone de un tiempo limitado:

las distancias son breves entre

lo previsible y lo alterable

están las trampas, los recursos

para que la tensión vaya y vuelva

de lo sutil a lo intenso y su sentido

inverso para que la atención del

recipiente no decline o se extravíe:


un discurso ininteligible o dudoso

no convence a nadie. La cantidad

no siempre suma; importan matices

e ideas que circulan y resuelven

jugando con el ritmo:


la contradicción entre lo rígido

del orden y la libertad del movimiento

que lo lee no es un juego, más bien es

una burla.


La burla siempre es celebrable: todos

apreciamos al que hace lo que no somos

capaces de hacer nosotros mismos.


¿Cuántas notas le sobran al discurso

improvisado?


Cada cual oye lo que desea oír,

o al menos una parte: la partitura es

la misma, pero lo que se oye depende

del intérprete.


No todo depende del deseo,

propio o ajeno. La nota indicada

o la palabra justa pueden hacerse

esperar: un rodeo a tiempo, puede

resignificar esa falta creando otra

tensión a resolver (los cromatismos

son un buen recurso para pensar en

el futuro, pero limitado: en la escala

cromática, todas las notas tienen el

mismo valor)


El improvisador improvisado

no sabe adonde va, navega sin destino

en el fluir de ese tiempo que lo excede.

Busca las notas amigables para salir

a flote y volver a intentar ¿Siempre

se vuelve al primer amor?


El otro, sabe lo que busca

y por donde llegar:


Conoce las notas a evitar,

las que son de paso

y el valor del silencio

para que vibren los armónicos

del alma humana.


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