(Eleuterio York)
Plasmados con la fe de los conversos
encadenaba unos versos limpios
e impiadosos.
Los hábitos humanos son todos
insuficientes para mi, y no pienso
dejar nada en pie.
No estoy dispuesto a complacer a nadie
y no tengo otro deseo que complacerme
a mi, hasta cierto punto:
Sólo obedezco al deseo oportuno,
que dura poco como los buenos poemas.
Ajeno al hervidero de efectos especiales
y duraderos, recojo los excesos de esta
fe, dudosa como todas.
Creo en el efecto multiplicador de la fe
cuando se descompone a tiempo:
Ningún submúltiplo es ajeno a la fiebre
fiduciaria que mueve a fieles y conversos.
Todos somos buenos feligreses
a la hora de apurar la copa residual
y usufructuar emanaciones de rutina.
Sólo la fe no puede ser medida, aislada
y compartimentada:
No comparto mi fe, sus hábitos absurdos
ni el plasma conectivo y claudicante:
Sólo sus heces engañosas y el fermento
perecedero que fecunda la verdad.
Creo en la efe de esta fe, en la fruición
labiodental que conecta tejido duro y
blando a una frecuencia improcedente,
brillando al solo efecto de expresar lo
efímero.
La fe que se reproduce por descomposición
es la más segura y efectiva: Ésta fe, no es
llama que vacile.
Afuera es noche.
La noche es funcional a los efluvios
de la fe, y a toda emanación de virtudes
apócrifas en versiones renovables.
Sin la efe, airosa y eficiente,
ninguna fe perduraría, damos fe.