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martes, 27 de agosto de 2024

Los poetas muertos son más confiables

 

(Malcolm Mercader Ergástulas)

 

El mundo espera cada vez más

de los poetas muertos.


Es razonable, en los otros no se

puede confiar demasiado: repiten

fórmulas de uso, o peor: procuran

ser novedosos para diferenciarse

y lucir originales.


La búsqueda de la originalidad

ya los vuelve sospechosos. Reniegan

del pasado, de la historia, desconocen

el trabajo no remunerado de miles de

años entre el hombre y la palabra.


Con una impunidad supina, ajena a

todo verdadero creador, se burlan del

legado histórico y toda la experiencia

acumulada que nos permitió evolucionar

hasta la condición actual.


El hombre moderno es una criatura

compleja, inquieta y desafiante, rica

en contradicciones pero orgullosa de

sus conquistas históricas, geográficas,

lingüísticas y epistemológicas.


Somos la única especie que pudo

conquistar el mundo, la Naturaleza y

sus alrededores y erigirse en creadora

de su propia realidad.



II

La evolución alcanzada en este humilde

segmento de tiempo, no hubiera tenido

lugar sin nosotros: Los más necesarios,

tal vez los únicos. La evolución nos valora

como su recurso natural.


No sólo controlamos todas las poblaciones

animales y vegetales, sino que logramos

extender la conquista hacia nosotros mismos:


El espíritu de conquista, nunca se satisface

por completo, nos seguimos conquistando

obedeciendo el mandato histórico, biológico

y tal vez divino.


El hombre es algo que merece ser superado,

y alguien lo tenía que hacer… (Siempre lo

mereció, aunque algunos no lo entendieran)


No podemos detenernos, hacerlo sería contrario

a la naturaleza evolutiva que nos define.


Lo único que no puede ser superado

es lo original: Ahí están nuestros poetas

muertos, que son inagotables y han de haber,

seguramente, abrevado en otros.


Volvamos a leerlos, a descubrirlos

o a reconquistarlos: No hay nada nuevo

bajo el sol.


No podemos detenernos en falsos profetas

o supuestos poetas que pretenden cuestionar

nuestra tradición histórica, burlándose del

lector incauto, de dudosa formación,

ofreciéndole su producto apócrifo, editado

en forma de poema.


Debiera implementarse el etiquetado, como

en otros productos de consumo, donde las

autoridades legítimas nos prevengan sobre

los excesos contenidos en estos objetos.


Hasta tanto, sólo podemos confiar en los

poetas muertos que conocemos, que por

algo son reconocidos y por algo murieron.



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