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sábado, 31 de agosto de 2024

El perfume de la fe

 

(Eleuterio York)

 

Plasmados con la fe de los conversos

encadenaba unos versos limpios

e impiadosos.


Los hábitos humanos son todos

insuficientes para mi, y no pienso

dejar nada en pie.


No estoy dispuesto a complacer a nadie

y no tengo otro deseo que complacerme

a mi, hasta cierto punto:


Sólo obedezco al deseo oportuno,

que dura poco como los buenos poemas.


Ajeno al hervidero de efectos especiales

y duraderos, recojo los excesos de esta

fe, dudosa como todas.


Creo en el efecto multiplicador de la fe

cuando se descompone a tiempo:


Ningún submúltiplo es ajeno a la fiebre

fiduciaria que mueve a fieles y conversos.


Todos somos buenos feligreses

a la hora de apurar la copa residual

y usufructuar emanaciones de rutina.


Sólo la fe no puede ser medida, aislada

y compartimentada:


No comparto mi fe, sus hábitos absurdos

ni el plasma conectivo y claudicante:


Sólo sus heces engañosas y el fermento

perecedero que fecunda la verdad.


Creo en la efe de esta fe, en la fruición

labiodental que conecta tejido duro y

blando a una frecuencia improcedente,

brillando al solo efecto de expresar lo

efímero.


La fe que se reproduce por descomposición

es la más segura y efectiva: Ésta fe, no es

llama que vacile.


Afuera es noche.


La noche es funcional a los efluvios

de la fe, y a toda emanación de virtudes

apócrifas en versiones renovables.


Sin la efe, airosa y eficiente,

ninguna fe perduraría, damos fe.


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