(Onésimo Evans)
Los anticuerpos de dios
son casi imperceptibles
para nuestros instrumentos
detectores.
Son más fluidos que el brillo
del deseo que se encarna por
pura congestión, hasta alcanzar
densidad de materia enverbable.
Un cuerpo divino se distingue
por la gravedad que brota
desde el cielo, y cae,
rebota y vuelve en ciclos
de conductas inestables.
Todo anticuerpo, es un reflejo
del cuerpo a quien sirve.
¿A quién le sirve un anticuerpo
ajeno?
Sólo los Suyos pueden cambiar de
amo sin perder la condición divina.
Él no especula ni consigo mismo,
ni con sus anticuerpos:
Conoce su valor incalculable
a nuestros ojos hijos de corderos
y sabe que quien carece de cuerpo
no necesita otro anticuerpo.
Es sólo una demostración para
hacernos saber que puede producir,
incluso lo que no necesita:
Lo hace porque quiere, como podría
no hacerlo. Sólo Él puede hacer lo
que desea y deshacerlo tantas veces
como desee.
Más no se jacta ni envanece:
El Deseo Divino es tan extraño
a nosotros como una bacteria primordial
o un anticuerpo infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario