(Onésimo Evans)
El perro está solo
en su cucha,
en esa casa abandonada.
Vive solo, en la cucha
que está ahí, dentro de
esa casa abandonada.
No sale mucho de su cucha,
alguien le acerca algunos
restos de comida y así
se mantiene.
Nadie volvió a pronunciar
su nombre nunca, desde que
la casa quedó sola, abandonada
como un perro.
Quedó solo, en esa casa, con
su cucha algo deteriorada por
el tiempo abandonándola.
Parece haberse acostumbrado
a la soledad: Con el tiempo,
uno se acostumbra.
Tiene su cucha, eso le basta
aunque no escucha ninguna voz
llamándolo por su nombre -un
nombre humano, como todos
los que conocemos-
¿Habrá olvidado su nombre
con el tiempo? ¿Habrá perdido
el oído, el olfato, su identidad
canina con nombre propio?
¿No escucha el perro?
Tal vez haya sido un celoso guardián
en otros tiempos. Ahora está solo, en
su cucha en esa casa abandonada
y no tiene a quién avisar ni proteger:
El cartel, cuidado con el perro, casi
ilegible, pareciera ahora una burla.
¿Es vida la de ese perro?
¿O es la verdadera vida de perro?
¿Habrá desarrollado otras capacidades
para adaptarse a sucesivos abandonos?
¿Es la vida una casa abandonada?
¿O la cucha que yace dentro?
¿Es la seguridad de un lugar
de pertenencia, aunque haya
sido abandonado?
El perro no sabe hacer preguntas.
Seguro que ni sabe que es un perro.
Tiene su cucha, es lo que hay,
debe sentir: y es lo más seguro
que puede haber.
Acaso, lo único seguro ante tanto
abandono.
¿El perro escucha?
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