(Aparicio Custom)
La libertad bien entendida
empieza por casa, con una
salvedad:
Nadie puede liberar a nadie
desde su casa, ni desde la
casa del otro.
Pero podemos aspirar, en
cualquier caso: somos libres
de aspirar a casi todo.
Algunos aspiran a la casa propia,
otros a incrementar sus propiedades
o a mantener su propiedad horizontal
mientras avizoran nuevos horizontes.
El horizonte de las aspiraciones
es infinito: Podemos compartir.
Podemos compartir valores, propiedades,
sociedades anónimas e inclinaciones,
pero la libertad, como el deseo, no se
comparten.
¡Libérate, hermano! Puede sonar bien
y resultar útil para una canción, en un
momento histórico. Pero nunca dejó
de ser un anacronismo sin ningún
fundamento filosófico:
Nadie puede hacer nada por la libertad
del otro, cuyo deseo no conocemos, y
tal vez sea contrario a esa propuesta.
La libertad bien entendida empieza por
casa: Dentro de tus paredes, seas propietario
o locatario, podés hacer y decir lo que se te
antoje y ejercer el goce de tus libertades
individuales, siempre que no afecte a terceros.
Segundo: La propiedad privada objetiviza
la libertad individual, tanto como el control
de los medios de producción.
Tercero: Si hay alguna parte que no entendiste,
quedate en casa como Hegel y gozá esta libertad
que tanto costó conseguir.
Aprovechá tus recursos, o ponete a generarlos.
Confiá en el libre juego de la oferta y la demanda
y seguí creciendo: Está en vos aprovechar esta
libertad en un sentido productivo.
Ya sabés que los mercados se regulan solos.
No estás solo: Todos aspiramos a algo y
somos parte de algún mercado, hasta los
muertos.
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