(Epifanio Weber)
Los promedios se aceleran
sin pausa, crecen a un ritmo
vertiginoso.
Las velocidades no son lo que eran.
El tiempo gasta sus monedas,
se escurren entre dudas y dedos
que se pierden, volviéndosenos más
ajenos que la propia velocidad y sus
vellosidades.
¿Perdimos el miedo a la velocidad?
¿Cuándo, en qué segmento del trayecto
promediado?
¿En qué momento del movimiento?
¿Hay que perder el miedo?
¿Seguir perdiendo para conocer el resto,
lo que queda, acaso otra oquedad?
¿Alcanza con perderlo todo?
Hay nuevos signos, escribo con éstos,
viejos y aún vigentes.
Las velocidades que conocimos
no volverán; hay que adaptarse pronto,
ya puede ser tarde (me avisan sobre el
cierre de los promedios)
II
Si se pierde el miedo a lo desconocido
se gana una posición, se avanza más
de un casillero y ganamos en velocidad:
Estará todo por conocer.
La velocidad es un medio
para acercarse a lo deseado:
Hay una para el amor, la muerte
y otras formas de consumo.
La lentitud es bella, pero la velocidad
nos determina como sujetos movidos
por deseos.
Un medio puede evolucionar en fin.
No hay mucho tiempo para pensarlo.
¿El miedo perdido no se recupera?
¿Quedan las dudas que prometen promediar?
El tiempo apremia. y todo perime
a una velocidad que se nos escapa.
Cuesta mantenerse ajeno:
Lo que se ve es lo que se escurre
entre los dedos, estos dedos que
se nos van de las manos.
¿Adónde van?
¿Subsiste un miedo residual después
de haber perdido el miedo?
Me temo que el miedo no se pierda
hasta llegar a destino.
¿Contamos con la velocidad adecuada?
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