(Epifanio Weber)
Aquel almanaque bostezó,
Raquel.
Es natural, también, que
ahora vos bosteces sin
saber por qué:
Yo también, hay cosas que no sé,
mirá cómo bostezo. Oí, Raquel,
como el aire se espesa sin pausa
por la reproducción de bostezos.
La voluntad: ¿qué es?
¿Qué fue del almanaque, antes
y después de esbozado su bostezo?
Las almas son ajenas a la necesidad
de cuerpos que bostezan o desearían
hacerlo mientras esperan la ocasión.
Cuerpos que bostezan y se reproducen
sin necesidad de voluntad intrínseca.
Mirá las alacenas, los enseres, especias
y especímenes a la sazón; la vigencia de
los víveres dispuestos a ser desayunados.
El almanaque, en estado de reposo
no tiene memoria ni necesita un alma,
aunque no podemos pensar en él sin
la palabra alma, ni pensaríamos nada
si no la tuviéramos.
Así son las palabras, siempre sirven a
algo distinto de lo que son.
El almanaque permanece idéntico a sí
mismo, nos comparte su indiferencia
y vuelve a bostezar, oílo.
¿Sabés por qué, Raquel?
Porque es natural, el bostezo se contagia:
siempre fue así. Hasta un animal ajeno
te puede contagiar, si lo mirás.
No sabemos quién fue el primero que lo
hizo, ni por qué. No hace falta saberlo
para contagiarse, nosotros nos contagiamos
y aprendimos a reproducir y contagiar.
No sé en qué orden, no importa mucho.
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