(Epifanio Weber)
Un observador bien centrado
sabe tomar distancia del objeto
y abstenerse de las pulsiones y cargas
emotivas, propias de su condición de
sujeto.
El buen observador se autoexcluye
como sujeto y se concentra sólo en
su objeto.
Logrado ese objetivo, produce una
serie de observaciones sucesivas,
desde distintos ángulos.
Repite esta ptáctica tantas veces
como sea necesario para no perder
ningún detalle de el objeto observado.
Con el resultado obtenido, estaría en
condiciones de emitir un juicio objetivo:
No lo hace; sabe que esa clase de emisión
es propia de cualquier sujeto que se
reconozca: No es su caso, ni su misión:
Se reconoce observador, y sabe que todo
juicio implica sumisión, necesita ser
aceptado.
Conoce que toda aceptación procede
de un juicio de valor que la preexiste.
A diferencia del observador imaginario,
a quien desprecia, él puede mantener su
condición porque es real, y no tiene
nada que demostrar ni lo necesita:
No se mueve de su lugar de observador
ni se contamina con lo observado.
El objeto lo observa, él se sabe observado
más resiste: Hay que saber observar las
necesidades que no existen, aunque sean
tristes.
(El observdor debe permanecer ajeno a
toda contaminación emotiva)
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