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sábado, 1 de marzo de 2025

Ejercicio contrafáctico

 

(Dudamel Rambler)

 

No me gustan los poemas voluminosos,

de extensión excesiva. Es tediosa la

lectura y casi nunca justifican el espacio

que ocupan, ni el tiempo requerido.


Al final, nadie los lee:

Yo escribí unos cuantos, y nunca los leí.


Con los años, algo se aprende: Me fui

inclinando hacia la economia de recursos,

decirlo todo con el mínimo número de

palabras:


Sin ahorrar esfuerzos para reducirse

hasta la concisión irreductible: Esto

otorga otro valor a la palabra, ganando

una precisión invalorable.


Pero nunca es bueno encerrarse en un

molde y constreñirse a lo arbitrario de

los límites, aunque sean autoimpuestos.


Hay que evitar quedar sujeto a una forma,

aún cuando la hayamos elegido:


Me permití volver a escribir un poema de

largo aliento, a sabiendas de lo opinable

que resultaría su extensión excesiva, como

ejercicio y para ver hasta dónde llegaba.


Se fue extendiendo, noté que tenía bastante

material para agregar, y lo iba haciendo sin

medirme, (la agregación es una función

inagotable) mientras lo observaba crecer.


Es estimulante acompañar el crecimiento,

cualquiera sea, y más aún cuando se es

partícipe necesario.


¿Quién podría oponerse al crecimiento,

a la voluntad de crecer o al sano desarrollo

de esta voluntad?


Sería una insensatez, y una falta de respeto

a nuestra propia historia: 

 

Desde que descendimos de los árboles, nunca

dejamos de crecer. Éramos monos, hacíamos

monadas sin ningún sentido, como todos los

monos, y gracias a la vocación de crecimiento

conquistamos el mundo, y hoy somos la envidia

de todas las especies inferiores, es decir todas.


No sé si los peces nos envidian, pero a quién

le importa lo que piensen los peces, que ni

tienen escala de valores, ahí sumergidos en

el agua, en las mismas aguas de hace millones

de años, sin levantar cabeza.


Mi gato no parece envidiarme, creo que me ve

como su par. Pero no significa nada: los gatos

son criaturas muy soberbias e independientes.

Se sienten libres, van y vienen y andan por

todas partes, si uno los deja.


No respetan la propiedad, pasan de la casa de

un vecino, a otra, y otra como si todo fuera parte

de su casa.


De pronto aparecen con toda naturalidad. Están

de vuelta, sin que podamos averiguar de dónde

ni por dónde anduvieron.


Es natural que duerman mucho, para recuperar

energías, con una vida tan intensa. Es natural

que mi gato se eche a mi lado, y me acompañe

en la manufactura de un poema como éste.


Ahora ya no está, señal que viene a confirmar

lo que señalaba más arriba: El poema extenso

aburre a cualquiera.


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