(Sandalio Murchison)
Este poema solicita la colaboración
de una parte de la población:
el segmento sensible de lectores
potenciales, para que, dentro de lo
posible se abstengan de su lectura.
No es un poema convencional
ni confesional, aunque confiesa
que no tiene nada para ofrecer:
No desea despertar falsas expectativas
que acaban en exitosas decepciones.
Lo único que promete a quien lo lea
es una pérdida de tiempo más o menos
proporcional a la de su escritura.
No se gana nada leyendo esta clase
de poemas, que bien podría no existir,
sin que nada se alterara en la historia
de la materia orgánica, ni nadie se
enterara.
Es un poema tan humilde,
que se avergüenza de ser lo que es,
e incluso de lo que no es.
Su extensión es por demás ociosa
y reconoce que cualquier otro adjetivo
le resultaría excesivo.
Es un poema que no deja nada:
Al cabo de leerlo, uno se siente igual
que antes y con una pregunta nueva:
¿para qué leí ésto?
Además de no dejar nada, como si
fuera poco puede contener falsedades
ideológicas que, si bien es cierto que
estamos acostumbrados a consumir,
no es lo que uno siempre espera y el
poema siente la obligaión de advertir.
Hay otras contraindicaciones, cuya
enumeración redundaría en una mayor
extensión, contraria a las pretensiones
de un poema como éste, cuya inutilidad
probada está fuera de discusión y él no
puede dejar de reconocerlo.
Más allá de las prevenciones apuntadas,
y la recomendación de abstención, si la
lectura no pudiera evitarse, la misma
quedaría bajo exclusiva responsabilidad
del lector, de lo que el poema se deslinda.
Por lo demás, no necesita colaboración
alguna para consumar su propio consumo:
Puede prescindir de lectores dudosos y
lecturas capciosas o sesgadas, y sabe que
no puede contar con nadie.
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