(Horacio Ruminal)
El cero ya no es lo
que era,
ni la primavera,
ni yo
(que era un cero a
la izquierda
para ser sincero)
ni aquel amor que
circulaba libre
y se reconocía en
la redondez del cero
como fiel
submúltiplo.
Nada está como era
entonces,
cuando el cero era
uno más entre nosotros
y nadie dudaba de su
neutralidad positiva.
Los pecados se
lavaban, como la espada
y todo volvía a
foja cero.
Confiábamos en el
cero: la mayor parte de
la sangre que
circula, pertenece al grupo cero.
No despertaba
grandes pasiones, nadie lo
odiaba ni lo amaba
mucho, pero sabíamos
que podíamos contar
con él: un guarismo
sin mayores
pretensiones, siempre dispuesto
a completar cifras
mayores y cumplir su
función humilde
como un servicio desinteresado.
Fue muy útil para
actualizar nuestra moneda
nacional, sacando un
cero primero, y luego dos,
tres, cuatro y
tantos más para poder combatir
la inflación (un
problema que nos aqueja hace
años. Hoy, gracias
a los avances científicos en
el estudio e
investigación, sabemos que es un
fenómeno natural)
II
Todos podíamos
disfrutar, sin contratiempos
y en familia, las
alternativas cambiantes de un
buen partido que
terminaba igualado en cero.
Aceptábamos la
condición vacante como algo
natural, un
resultado abierto que no había por
qué cerrar.
No es bueno igualar
hacia abajo, pero al menos
es una forma de
igualar, mientras esperamos por
la igualdad de
oportunidades.
El cero ya no es el
que era. Algo pasó, y alteró
los valores que nos
remitían a lo seguro, a partir
de la irrupción del
sistema binario como fuente
de toda razón y
justicia, y su desarrollo ya fuera
de control.
Poner en valor al
cero fue un despropósito
con consecuencias
imprevisibles.
Hoy, nadie sabe cuál
es el verdadero valor
de nada ni nadie,
incluso ni de sí mismo
(suponiendo que uno
es una unidad)
Los nuevos valores
impuestos, son tan inestables
como efímeros, y
cada vez más dudosos: Salvo
los valores
digitales, lo único que permanece es
el cambio, el valor
de cambio.
III
El cero ya no es el
que supo ser, un dígito
confiable si los
hubo. La agregación de valor,
a partir del imperio
del sistema binario y sus
aplicaciones, derivó
en una crisis de valores que
puso en cuestión
hasta nuestra propia condición:
Nuestro mundo
binario funcionaba aceptablemente.
Había buenos y
malos, izquierda y derecha, creyentes
y paganos,
oficialistas y opositores, locadores y
locatarios, aptos e
ineptos, amigos y enemigos, etc.
Había hombres y
mujeres divididos en dos clases:
burgueses y
proletarios. Éramos progresistas o
reaccionarios, y
sabíamos que había hombres de
acción y hombres de
palabra.
El mundo se dividía
en el Norte y el Sur, con sus
colonizadores y
colonizados.
No había mucho más,
y aunque algunos aspiraban
a otra cosa, aquello
era suficiente para respirar
cierta armonía y
seguir cultivando esos valores
conocidos:
Sabíamos que podía
haber otros, pero no
los conocíamos ni
los necesitábamos.
La vida esa bastante
previsible, si se era capaz
de adoptar los
valores corectos.
Podíamos poner un
cassette y escuchar El blues
y la verdad
abstracta sin ninguna distracción y
con total
normalidad. ¿Qué más hacía falta?
IV
El cero ya no es el
mismo.
El Ser tampoco, ni
las entidades autónomas,
ni las estructuras
subalternas, ni los entes
autárquicos, ni el
ser del Ente.
Algunos filósofos
siguen vigentes, pero
hay otras lecturas:
El mundo cambió,
ya nada es lo que
era, ni lo que es.
¿Qué era lo que
queríamos demostrar?
¿Qué había antes
del cero?
¿Fue invento,
descubrimiento, o Creación?
Se cree que lo
debemos a los árabes, aunque
según las últimas
investigaciones apareció
en la India, en el
Siglo 300.
Luego lo exportaron
a Europa para que
conquistara el
mundo.
Pero en el Nuevo
Mundo, los mayas ya lo
conocían y hacían
cálculos complejos y
precisos, aunque no
calculaban sus alcances.
(Hay quien sostiene
que los chibchas también
lo conocían, pero
lo ninguneaban)
El cero ya no es lo
que era,
ni la primavera.
La neutralidad
absoluta no existe,
el reposo absoluto
tampoco,
por ahora.
Miré mi espada, y
vi que amancillaba,
oxidada en un rincón
obscuro y solo.
El acero ya no es lo
que era,
hay que volver a
cero.