(Encarnación Segura)
El alma es, sin
duda, una conquista
histórica para
nuestra especie.
Poco después de
haber adquirido la
conciencia -otra
conquista capital
para la evolución- fue
posible liberar
la producción y el desarrollo de
nuestro
potencial espiritual,
disponiéndose los
recursos para la conquista
del alma.
En un principio,
había más dudas que
certezas: ¿Qué
significa la propiedad
de un alma? ¿Para
qué sirve? ¿Seríamos
mejores a partir de
este conocimiento?
¿Cuáles ventajas
ofrece?
Las preguntas no
dejaban de multiplicarse
sin dar tiempo a
ninguna respuesta: Toda
conquista genera
más preguntas
que respuestas, es natural.
¿Es el alma un
patrimonio exclusivo
de nosotros,
autodenominados humanos?
¿El alma nos hace
más humanos que los
animales?
Pronto se descartó
que ellos pudieran acceder
al goce del alma y sus propiedades:
era una conquista nuestra que no estábamos
dispuestos a compartir.
Aunque pasaron
muchos siglos para que las
autoridades
espirituales, concedieran que
nuestras razas
inferiores y las clases bajas
también pudieran
tener algo así.
II
En cambio, no
resultó difícil determinar que,
entre tantas almas,
las había buenas y malas,
lo que haría de la
convivencia una fuente de
conflictos.
Las buenas, tendrían
que vérselas con las otras
sin que pudiera
avizorarse hasta cuando…
Algunas almas buenas
consideraron soluciones
radicales para
alcanzar la paz, como el exterminio,
que incluso llevaron
a la práctica como recurso
purificador.
Pero no funcionó,
como tampoco otros intentos
purificadores: el
Mal, nunca dejó de estar presente
entre nosotros, a
pesar de los oficios de las buenas
almas.
Era cuestión de
convivir con él, procurar
limitar sus efectos
y reducir los contagios,
otorgando libertad a
todo tipo de cultos,
mientras no
excedieran el marco de lo
sustentable.
III
La evolución arrojó
nuevas pistas
para el conocimiento
del alma. Si bien no es
comparable al
desarrollo alcanzado en el
conocimiento de las
leyes físicas, biológicas
y económicas, hubo
avances notables en el
campo metafísico:
Ahora sabemos que en
el discurrir etéreo
del ámbito
espiritual, la vida es lucha:
Confiamos en que el
Bien se acabará imponiendo,
como Dios manda. Y
no podemos dejar de valorar
y celebrar la
conquista del alma.
De no haber sido
así, sin duda cargaríamos con el
peso de una Historia
espantosa, abyecta y ominosa,
pletórica de sangre
y violencia inútil.