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jueves, 14 de marzo de 2024

La condena del conde

 

(Serafín Cuesta) 


¿Qué esconde el conde?

¿Cuánto hay de cierto en esto

que sabemos del conde?

¿Qué sabemos del conde?


En su latebra o escondrijo

el conde no es el conde que

se ve cuando circula, con la

naturalidad propia de un conde.

 

¿Desde cuándo se escondió?

¿Se escondía de la grey, de la ley:

era último recurso?


¿Es propio de los condes esconderse?

¿Por qué se esconde si es tan conde?


¿Es un conde auténtico y genuino?

¿O es el otro el verdadero: el que se

esconde?


Nadie sabe qué hace, ni quién es

el conde en su intimidad oculta.

No condesciende el conde a que lo

vean cuando se esconde.


Sólo se sabe que está ahí, gozando o

padeciendo su propia ambigüedad,

tal vez nativa, y que la esconde.


¿Es una víctima del equívoco que lo

nombra, o un victimario en ciernes

que se oculta?


¿Esconde un deseo inconfesable o

irreproducible o es la sola expresión

de esa abyección común que todos

ocultamos por necesidad?


¿Es necesario el conde?


¿Pero quién es el conde:  es lo que

esconde?


¿Es sólo lo que esconde, o sólo lo

esconde para que nos preguntemos

qué esconde?


Acaso todos escondamos algún conde

que preferimos mantener oculto por

necesidad, sin necesidad de otro

escondrijo, ni de la palabra conde.


¿Seremos eso que escondemos?


Mejor hablemos del conde:

¿Qué esconde?


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