(Serafín Cuesta)
¿Qué esconde el conde?
¿Cuánto hay de cierto en esto
que sabemos del conde?
¿Qué sabemos del conde?
En su latebra o escondrijo
el conde no es el conde que
se ve cuando circula, con la
naturalidad propia de un conde.
¿Desde cuándo se escondió?
¿Se escondía de la grey, de la ley:
era último recurso?
¿Es propio de los condes esconderse?
¿Por qué se esconde si es tan conde?
¿Es un conde auténtico y genuino?
¿O es el otro el verdadero: el que se
esconde?
Nadie sabe qué hace, ni quién es
el conde en su intimidad oculta.
No condesciende el conde a que lo
vean cuando se esconde.
Sólo se sabe que está ahí, gozando o
padeciendo su propia ambigüedad,
tal vez nativa, y que la esconde.
¿Es una víctima del equívoco que lo
nombra, o un victimario en ciernes
que se oculta?
¿Esconde un deseo inconfesable o
irreproducible o es la sola expresión
de esa abyección común que todos
ocultamos por necesidad?
¿Es necesario el conde?
¿Pero quién es el conde: es lo que
esconde?
¿Es sólo lo que esconde, o sólo lo
esconde para que nos preguntemos
qué esconde?
Acaso todos escondamos algún conde
que preferimos mantener oculto por
necesidad, sin necesidad de otro
escondrijo, ni de la palabra conde.
¿Seremos eso que escondemos?
Mejor hablemos del conde:
¿Qué esconde?
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