(Ricardo Mansoler)
En el cielo no hace frío,
tampoco el calor del infierno.
Allí, nadie piensa en el infierno
ni en pronósticos meteorológicos.
Cuando no hay necesidad de pensar,
no se piensa; salvo los poetas y los
filósofos.
(Ésto me lo contó un poeta muerto
por privado)
Contra lo que pudiera pensarse, los
poetas van al cielo salvo excepciones.
Pero a otro cielo, no al que conocemos.
En realidad, no es mucho lo que se puede
conocer en esta vida, ciertamente acotada,
condenados a obedecer necesidades,
cumplir mandatos y atender obligaciones.
El cielo nos fue dado por la literatura
religiosa que, como toda literatura, es
pura fantasía, pródiga en promesas que
nunca se cumplen.
No podemos vivir sin fantasía, la vida es
bastante penosa en este plano. Después,
es otra cosa: ya no existe la esclavitud
del tiempo, y disponemos del suficiente
como para perderlo, sin culpa, ya sea en
emitir poemas infinitos o en otros
pasatiempos: Casi que no pasa el tiempo.
Ahí nadie piensa en el tiempo
ni en pronósticos: No se necesita.
Algunos ni saben que están en el cielo,
no es necesario saberlo.
Se sabe que hay otros cielos, que a nosotros
los vivos nos son tan ajenos como ese que
conocemos por referencias.
Aunque nos fuera permitido conocerlos,
no nos alcanzaría el tiempo.
Los poetas muertos no tienen ese problema;
tienen tiempo de sobra para aventurarse a
conocer todo lo que deseen. Incluso de esa
pluralidad de cielos que a nosotros nos excede.
Pero no desean, no tienen necesidad y no gustan
moverse mucho: están bien ahí, son reacios a
abandonar el estado de reposo por la aventura
del conocimiento.
En realidad, no necesitan saber más de lo que saben,
y es probable que para acceder a otros cielos, no
reúnan las condiciones, ni los méritos suficientes:
Sólo son poetas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario