(Florencio Cusenier)
Ganado por la indecisión,
Desiderio vacilaba:
¿Qué estaba ocurriendo?
Otras veces había sabido vacilar,
pero siempre por decisión propia.
¿Acaso no era el mismo Desiderio
que supo ser?
¿Ya no era más aquel joven decidido,
dinámico y emprendedor, que conquistaba
a propios y extraños, imponía su parecer
ante los otros sabiendo direccionar la
opinión ajena y haciendo respetar sus
decisiones?
¿Acaso los años habían carcomido
la virilidad incontestable de aquel,
a quien ninguna mujer, jamás
lo despreció?
Todo lo que Desiderio decidiera
era una orden deseable para quienes
lo rodearan. Sabía rodearse, entre
otras cosas, Desiderio.
No era de regodearse por sus triunfos
pasajeros. Todo pasa, estimaba con
sabiduría mientras tomaba decisiones
de distinto tenor, y tomaba nota de que
se cumpliesen, como tenía que ser:
Hay cosas, que sólo pueden ser
de una manera: como son.
Pero ahora estaba solo, como una
sombra opaca y triste, abandonada
por el brillo del pasado.
Y vacilaba con fruición,
evocando antiguas decisiones,
todas correctas y brillantes,
y añorando aquella capacidad
de decisión, tal vez perdida
para siempre.
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