(Armando Labarrera)
Había cometido un poema
que me complacía, una buena
señal :
¿Para qué otra cosa haríamos
algo que nadie necesita?
La función social de la poesía,
como de la propiedad, no terminan
de despejar las dudas.
Antes de darlo a leer a nadie
busqué la opinión de mi mentor,
un poeta más consagrado que
laureado:
Hace años que está muerto,
pero he asimilado su visión crítica,
tanto como para ponerme en su lugar
y emitir un juicio justo, o por lo menos
objetivo.
Lo leímos juntos, no hay que dejarse
ganar por impulsos y sensaciones que,
tal vez nadie comparta, y que luego
podrían abandonarnos.
Es un poema subido de tono, me dijo
con buen criterio: Vos no acostumbrás
a hacer estas cosas, y seguramente
quienes te leen no esperan algo así.
Coincidimos, hay que mantener una
línea de conducta, aunque sea opinable.
La coherencia debe imponerse ante
los otros valores.
No pude establecer una valoración
objetiva del poema. No sé cuantos
pueden, yo no.
Por eso es bueno disponer de otra
opinión, más autorizada, antes de decidir
el destino del objeto en cuestión..
Mi mentor no mentía: era bastante subido
de tono, mi poema.
Es sabido que la elevación no suele
ser muy valorada en casi ninguna de
sus expresiones.
Es mejor mantener la coherencia:
Soy de abajo,
y nunca tuve vocación de cambio:
Archivé el poema en silencio:
No son tiempos para elevar el tono.
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