(Aquino Lamas)
Su arte abrevaba en la mesura.
Como el agrimensor, que ante la visión
de un paisaje mide en su mente
y calcula sus medidas.
Había desarrollado tanto este recurso
poético, que podía precisar al instante
el número de sílabas emitidas por su
interlocutor, sin importar la extensión
del discurso ni la cantidad de oraciones.
Más que escuchar, leía lo que oía,
más que leer, dividía: Todo discurso
se descompone, afirmaba, y era tan
tan minucioso al oir como al escribir:
Entre meticuloso y minucioso
sólo hay la diferencia de una sílaba.
Él ni necesitaba pensarlo para elegir
la que se ajustara a su métrica. Tanto
al hablar como al escribir y al pensar:
Para pensar, prefería el heptasílabo.
Pensemos que nada es excesivo para
el arte, entendido como disciplina.
Para ser rigurosos, los más disciplinados
suelen ser reconocidos.
Conocemos que el arte, el rigor
y la personalidad obsesiva hacen un
buen maridaje o mantienen una
relación promiscua.
Contar palabras, sílabas y letras
es un trabajo que no siempre se aprecia
en su justa medida.
Pero quien cultiva el arte de la mesura
sabe que no hay ninguna medida justa,
cree en su arte monótono y actúa de oficio:
Mide sus palabras, a sabiendas
que la carne es triste y lo que no
se puede medir no existe, o bien
es puro vicio.
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