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domingo, 22 de septiembre de 2024

En defensa de la capacidad ociosa

 

(Hildebrando Sábilo)

 

El ocio es la madre de todos los vicios,

afirman sus detractores, siempre renovados.


Este enunciado está viciado de nulidad

desde su propia contradicción semántica

y genérica:


El ocio es masculino. Podría maternar, tal

vez, pero no puede concebirse como una

verdadera madre.


Si bien existen opciones para reemplazarlo:

pereza, abulia, desidia o la simple pasividad

contemplativa (la búsqueda de sinónimos o

equivalentes resulta ociosa)


quienes asumimos la lucha activa en defensa

del ocio, sostenemos que es irreemplazable:


Es anterior a cualquier negocio y a toda

producción, algo tan innegable como que

todas las ideas y descubrimientos alumbrados

en la historia de la experiencia humana

tributan a su capacidad ociosa.


No hay creación sin ocio:

Sólo hay producción y reproducción.


Vale repetir: el ocio no es padre ni madre

pero todos descendemos de él. Nuestros

ancestros primates, eran criaturas altamente

ociosas.


Luego, toda la producción de conocimiento

como la filosofía y el arte, proceden y son

consecuencia de la condición ociosa, que

nos permite pensar en éstas, u otras cosas.


Si hay una madre a quien reconocer, con

todos nuestros vicios y defectos, esa es la

bacteria primordial, que en condiciones

naturales aprovechó su capacidad ociosa

para dividirse, dando lugar a la reproducción

indefinida que nos trajo hasta aquí, y aún

tributamos en busca de mejores definiciones.


La división se transformó en un hecho

productivo. Nosotros lo aprendimos, y

seguimos produciendo divisiones, aunque

los mandatos biológicos son ajenos a la

creación:


Nadie inventa nada obedeciendo mandatos.


La creación es hija del ocio, que es uno e

indiviso. El ocio creativo no existe, es sólo una

falacia para justificar alguna forma de producción

dudosa, como todas.


Existe la división del trabajo, pergeñada por una

mente seguramente ociosa que buscaba un sentido

para justificar su ocio:


El hombre siempre necesitó justificar lo que hace,

tanto como lo que no hace. Tal vez ese sea su

verdadero vicio.


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