(Hildebrando Sábilo)
El ocio es la madre de todos los vicios,
afirman sus detractores, siempre renovados.
Este enunciado está viciado de nulidad
desde su propia contradicción semántica
y genérica:
El ocio es masculino. Podría maternar, tal
vez, pero no puede concebirse como una
verdadera madre.
Si bien existen opciones para reemplazarlo:
pereza, abulia, desidia o la simple pasividad
contemplativa (la búsqueda de sinónimos o
equivalentes resulta ociosa)
quienes asumimos la lucha activa en defensa
del ocio, sostenemos que es irreemplazable:
Es anterior a cualquier negocio y a toda
producción, algo tan innegable como que
todas las ideas y descubrimientos alumbrados
en la historia de la experiencia humana
tributan a su capacidad ociosa.
No hay creación sin ocio:
Sólo hay producción y reproducción.
Vale repetir: el ocio no es padre ni madre
pero todos descendemos de él. Nuestros
ancestros primates, eran criaturas altamente
ociosas.
Luego, toda la producción de conocimiento
como la filosofía y el arte, proceden y son
consecuencia de la condición ociosa, que
nos permite pensar en éstas, u otras cosas.
Si hay una madre a quien reconocer, con
todos nuestros vicios y defectos, esa es la
bacteria primordial, que en condiciones
naturales aprovechó su capacidad ociosa
para dividirse, dando lugar a la reproducción
indefinida que nos trajo hasta aquí, y aún
tributamos en busca de mejores definiciones.
La división se transformó en un hecho
productivo. Nosotros lo aprendimos, y
seguimos produciendo divisiones, aunque
los mandatos biológicos son ajenos a la
creación:
Nadie inventa nada obedeciendo mandatos.
La creación es hija del ocio, que es uno e
indiviso. El ocio creativo no existe, es sólo una
falacia para justificar alguna forma de producción
dudosa, como todas.
Existe la división del trabajo, pergeñada por una
mente seguramente ociosa que buscaba un sentido
para justificar su ocio:
El hombre siempre necesitó justificar lo que hace,
tanto como lo que no hace. Tal vez ese sea su
verdadero vicio.
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