(Elpidio Lamela)
Babas benditas
circulan sin pudor
entre ávidas y lívidas.
Un paisaje que desciende
de sí mismo como hábito
propicio, del que se añoran
los añicos.
Cada generación
genera sus propios estímulos
y los fluidos necesarios para
el goce del amor.
Pueden confundirse, pero nunca
son lo mismo. Las evidencias
engañan a los ojos, como ejes
opuestos por el vértice.
El amor es divisible por Dios:
Descendemos de la división
primordial, progenitora, que dio
inicio a la reproducción del mundo
amable: Somos el planeta del amor.
En cambio el goce, es fruto de la
carne ¿O es ella quien desciende
del goce del otro?
¿Es todo lo que se conoce?
No, el goce es una propiedad de
la materia, aunque no toda: la que se
dice animada y altamente organizada.
¿Cuanto más se organiza, más goza?
No es seguro, pero menos averigua
Dios y perdona.
También nosotros gozamos de la capacidad
de perdonar, pero no se puede perdonarlo
todo, es lleva tiempo: Con el tiempo, lo que
no se perdona se olvida.
¿Sólo la organización vence al tiempo?
Habría que preguntarle a los vencidos; no
sabemos mucho del tiempo, y del goce un
poco menos: sí, que tiene vencimiento.
Sólo disponemos de un conocimiento
específico, individual y bastante parcial.
Con el goce no se puede ser imparcial,
ni neutro.
Sin embargo, sabemos que es una propiedad
de la materia, y de propiedades sabemos más,
gozamos de sus distintas funciones y de las
oportunidades de la apropiación.
Algunos goces dejan algo que desear,, pero
sin deseo no hay goce genuino y verdadero
sino equivalentes dudosos.
Hay mucho que aprender, todavía. Pero tenemos
tiempo, somos una especie joven, dinámica y
emprendedora.
En la medida que incorporemos el conocimiento
adecuado y útil, gozaremos cada vez más. Un
día gozaremos de todo.
Ahora, hay que saber gozar con propiedad
y organizarse como Dios manda.
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