(William Arsenio Pereyra)
Se ven los pingos,
véase: ahí en la c
como en la cresta de la o,
obsérvese el respingo
de la vocal abriéndose:
ahí están, como se ve,
como chanchos en la arena,
embadurnados a sus anchas como
perros paralelos a sus colas: esas
como cuellos de faisanes fariseos,
facetados y anodinos, casi listos para
el degüello.
Ahí están, como se puede ver,
empinándose hacia si como potro
desbocado a fondo que se le anima a
casi todo, como toro ensardinado en
rodeo ajeno que enajenado embiste
sin medida lo que sea que vea:
Enlodado hasta los tuétanos
no ceja ni repara, encharcado
en sangre propia, o ajena o tal
vez ambas, no le importa saber.
Ahí como se ve, en lo enlodado,
enchastrando arenas sin sentido:
Ahí están, esos son, no disimulan
ni escatiman fuerza al movimiento
desenfrenado: un zafarrancho de
energía dilapadada para nada.
Véase: Su puro instinto sobre
la arena inmóvil ya insensible,
cubierta de sudores, sangres y
fluídos seculares en exceso.
Ahí están, son lo que hacen
y es ahí donde se ven los pingos,
pringosos, desentrazados y haciendo
sus chanchadas sin medida, con todo
desparpajo.
Algo que no conduce a nada,
como se puede ver, casi como
ésto, al menos hasta acá.
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