(Senecio Loserman)
Siempre tenía que dar la nota,
era la pregunta:
No respondía, no tenía esa respuesta.
¿Tenía o no tenía?
No sabía, vacilaba en silencio
y volvía a dar la nota
que era la misma que había dado.
No era un dador por naturaleza,
pero su falta de respuesta denotaba
algo peor:
un silencio redondo, cargado de
violencia incalificable, un silencio
redondamente indeseable como una
nota no deseada.
¿Merecía esa nota?
¿La aceptaba y reconocía por voluntad
propia como algo dado?
¿Era una nota justa, aunque no esperada
o era justo la nota equivocada?
¿Podía no haberla dado y evitar el mal
momento a todos como se evitan tantos?
¿Podía evitarlo y pasar desapercibido
dando otras notas sin que se notara su falta?
No tenía una respuesta acorde, no recordaba
el valor de las notas que responden como se
debe.
No sabía, hacía silencio y volvía a dar
la nota: la misma que había aprendido
a repetir como una muletilla coja
que vacila sobre una baldosa floja.
La única nota que resolvía en silencio,
un silencio que contenía todas las
respuestas justas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario