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viernes, 9 de mayo de 2025

El espíritu deportivo

 

(Amílcar Ámbanos)

 

La hidalguía, el temple, la dignidad

que refleja la nobleza de espíritu,

son atributos propios de esa naturaleza

superior que distingue a algunos hombres.


Es el caso de nuestro Eusebio Troncoso, un

adulto mayor que, formado en los rigores

de la discipìna deportiva, repasa su experiencia

de vida y confiesa:


Trabajé desde muy temprano para ser un

deportista de élite, tal era mi aspiración, y

siempre concebí la vida como un sacrificio:


A mi, nadie me regaló nada, ni conté con otro

apoyo que mi voluntad indoblegable. Pintaba

para grandes cosas, pero por circunstancias que

no vienen al caso, no se concretaron.


Pasé por distintos clubes, pero no llegué a

explotar como se esperaba; acaso no supe

manejar las presiones de las expectativas, un

tanto excesivas que pesaban sobre mi:


De haber sido una promesa, pasé a deambular

por clubes cada vez más modestos y a conocer

sus bancos de suplentes, hasta que llegó la hora

del retiro.


Lo acepté con entereza, el fracaso es una

contingencia de la vida: en toda competencia

hay ganadores y perdedores.


Hay que saber perder con dignidad. Gracias

a mi formación, mantengo viva la llama del

espíritu deportivo, que me permite asimilar

con grandeza y humildad éxitos y fracasos.


No soy un ganador, reconozco que perdí

mucho más de lo que gané, pero nunca me

guardé nada, siempre dí lo mejor de mi y

no tengo nada que reprocharme:


Nunca bajé la guardia. La experiencia vivida

no tiene precio, es lo que me hizo crecer y

aprender: El éxito es efímero, sólo se aprende

del fracaso. 

 

No sé si soy el mejor ejemplo,pero todo

lo que soy lo debo a mi formación

en el espíritu deportivo.

 

Lo importante es competir.



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