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miércoles, 21 de mayo de 2025

El secreto de sus ojos

 

(Elpidio Lamela)

 

Tenía un ojo desviado,

el otro no tanto, y eso

le daba o agregaba un

atractivo especial.


No era tan evidente el

desvío, porque oscilaba

y movía a la duda:


Si uno no la miraba con

suficiente atención, podía

no percibirlo.


A veces parecía que no,

no se notaba y todo era

normal hasta que en un

momento se pronunciaba.


Era difícil sostener esa mirada

sin desviarse ni distraerse,

hasta captar el desvío.


Eso la hacía más atractiva que

cualquier otro desvío. Al mirarla

uno esperaba ese momento para

despejar la duda:


Cuál era el ojo que iba a desviarse.


Es difícil sostener la duda y pensar

en otra cosa, sin desviarse del objeto:

Lo ambiguo seduce, atrae, inquieta

por su naturaleza imprevisible.


¿En qué momento se producirá

el desvío? ¿Sería consciente ella,

de él y de lo que producía?


¿Sabía que atraía, y lo usaba como

arma de seducción masiva?


¿Sabía lo que atraía, o era inconsciente y

no podía evitar, ni controlar la atracción

emitida?


Podría pensarse que nadie es consciente

de todos sus desvíos y sus efectos

colaterales: El inconsciente tiene

sus razones y ejerce su soberanía

al decidir lo que nos atrae:


Tal vez lo imperfecto, la asimetría

prometa algo más deseable que lo

que se ve a simple vista: Como un

desvío gozoso en otra dirección.


Acaso esa mirada oscilante, no sea

sino la parte visible de un cuerpo

que goza de todas sus asimetrías

y lo refleja provocando ésto:


La atracción, esa promesa de goce para

el observador avezado, que atraído y

capturado por ese desvío no puede

desviarse y separar los términos:


Los mismos que oscilantes, parecen

prometer algo distinto y no distante

como el goce de una perfecta relación

asimétrica.



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