(Elpidio Lamela)
Tenía un ojo desviado,
el otro no tanto, y eso
le daba o agregaba un
atractivo especial.
No era tan evidente el
desvío, porque oscilaba
y movía a la duda:
Si uno no la miraba con
suficiente atención, podía
no percibirlo.
A veces parecía que no,
no se notaba y todo era
normal hasta que en un
momento se pronunciaba.
Era difícil sostener esa mirada
sin desviarse ni distraerse,
hasta captar el desvío.
Eso la hacía más atractiva que
cualquier otro desvío. Al mirarla
uno esperaba ese momento para
despejar la duda:
Cuál era el ojo que iba a desviarse.
Es difícil sostener la duda y pensar
en otra cosa, sin desviarse del objeto:
Lo ambiguo seduce, atrae, inquieta
por su naturaleza imprevisible.
¿En qué momento se producirá
el desvío? ¿Sería consciente ella,
de él y de lo que producía?
¿Sabía que atraía, y lo usaba como
arma de seducción masiva?
¿Sabía lo que atraía, o era inconsciente y
no podía evitar, ni controlar la atracción
emitida?
Podría pensarse que nadie es consciente
de todos sus desvíos y sus efectos
colaterales: El inconsciente tiene
sus razones y ejerce su soberanía
al decidir lo que nos atrae:
Tal vez lo imperfecto, la asimetría
prometa algo más deseable que lo
que se ve a simple vista: Como un
desvío gozoso en otra dirección.
Acaso esa mirada oscilante, no sea
sino la parte visible de un cuerpo
que goza de todas sus asimetrías
y lo refleja provocando ésto:
La atracción, esa promesa de goce para
el observador avezado, que atraído y
capturado por ese desvío no puede
desviarse y separar los términos:
Los mismos que oscilantes, parecen
prometer algo distinto y no distante
como el goce de una perfecta relación
asimétrica.
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