(Serafín Cuesta)
Su escritura era soluble al ritmo,
no podía despegarse de esas
pautas, que controlaban casi todo
el discurso, por encima de la propia
voluntad.
¿Es voluntad la mía?
Se preguntaba perplejo, sin poder
responder y sin perder el ritmo.
Sus preguntas pasaban por el ritmo
sin despeinarlo, como si fueran
excesos de esa respiración inanimada
que sólo puede repetirse.
¿Hay un ritmo vital, que nos es menos
ajeno que todos los otros? ¿Es éste el
patrón que nos une?
Entonces decidió romper las ataduras
y saltar el cerco: Adoptó otro ritmo,
un ritmo disolvente.
Observó que era bueno y todo volvía
a fluir con normalidad, con el impulso
de la libertad recuperada.
Observó, a la vez, como todo el tiempo
se normalizaba con fluidez, lo que pudo
gozar mientras duró:
No pudo sostenerlo mucho tiempo,
los ritmos disolventes son así;
sólo se arman para volver a desarmarse:
Una continuidad tan ilusoria
como la que ofrece el amor.
Ama tu ritmo.
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