(Amílcar Ámbanos)
Osadas osamentas emergen
sonrosadas, titilantes en la noche
limpia, obscura, entre súplicas
punibles, opinables como el frío.
Como el frío sudor
de la noche pronunciándose
en el nombre de Dios
y todos sus condenados.
Él fuma su pipa,
que es la misma de siempre,
sin necesidad de renovar su carga
ni de volver a prenderla cada vez
que se apaga.
No se apaga, es parte
de la combustión divina.
Nadie sabe desde cuando
está fumando, ni por qué.
Fuma sin necesidad, como todo
lo que hace. Por eso es Dios:
No necesita nada, ni conoce
necesidad alguna: Es el único
ser que es sin necesitar. Por eso
es Dios, y no puede sino ser único.
Por eso fuma, sin caer en el vicio
ni el pecado. Hasta que se aburre
y deja la Pipa a un costado.
No necesita apagarla, ni encenderla.
El consumo divino es imperecedero,
como el fuego eterno del infierno.
No está ni apagada ni encendida:
Se mantiene disponible, a su costado.
¿Diestro o siniestro?
La pregunta no es válida: Para Él
no existen izquierdas ni derechas.
Está el centro, que es Él, y es todo.
Sólo Él es el centro de todo lo que es
y está en todas partes a la vez, aunque
no se lo vea: No necesita hacerse ver.
Sólo unos pocos, perciben en ocasiones
el aroma de su pipa, que acaricia y purifica
los espíritus.
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