(Amílcar Ámbanos)
Hay preguntas que me alteran.
No tanto porque estén fuera de lugar
sino por la forma en que se formulan.
¿No florecen las algas?
Me preguntaba Olga:
Obvio.
Mi respuesta la dejó perpleja.
No sabía si era una afirmación,
o, si por el contrario confirmaba
la negación de su pregunta.
¿Qué sentido tiene negar lo que no
se sabe?
No iba a profundizar y explicarle
que una buena parte de lo que florece
lo hace sin que lo percibamos.
Las algas no tienen prensa, Olga,
sólo interesan a las ciencias ocultas,
a los que bucean en las profundidades
y a los macrobióticos, le hubiera dicho.
Pero las preguntas capciosas , o
viciadas en su concepción, no
me merecen respuesta:
Hay que cortarlas de raíz,
como si fueran algas.
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