(Isnaldo Montalbán)
Es difícil que un poema
no descienda de otros,
o de alguno.
Si algo no puede no hacer
el poema, es descender,
aún cuando no reconozca
su ascendencia.
Todo lo que es, desciende,
hasta hoy ha sido siempre
así.
Todos descendemos y venimos
descendiendo sucesivamente,
salvo Dios, que descendió una vez
y no le gustó:
Se marchó sin dejar descendencia,
volviendo, presumiblemente, a su
refugio en las alturas.
Podemos deducir que no se sintió
cómodo al descender aquí (ésto no
es para cualquiera) y vio que no era
bueno. Le sentaba mejor el sentido
ascendente.
Es difícil que un poema
no descienda de otros, y más raro
que no descienda de ninguno.
Descender de sí mismo es improbable,
salvo que sea un poema contrafáctico,
distópico y ucrónico, de esos que andan
por ahí, cual animal anómalo.
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