(Senecio Loserman)
Los padres acuerdan el nombre
de su hijo o hija, en su defecto.
Así ha sido siempre en nuestra
cultura. Las otras, no son muy
distintas.
A veces, no hay acuerdo.
Entonces, se negocia apurar
la llegada de otro hijo, para
ejercer el derecho de nombrar.
Con equidad, los deseos se cumplen
para que cada hijo tenga el nombre
que merece.
¿Es justo tener que portar algo tan
significativo, sin haberlo elegido?
Todo indica que sí; no hay muchas
quejas. Es una tradición cultural, y
sabemos que las tradiciones no
se cuestionan, son para repetir.
Por lo común, estos hijos también
se reproducen, y ahí encuentran la
oportunidad de reparar la injusticia,
imponiendo su propio deseo.
Ese nombre, que acaso hubieran
deseado para sí.
Hay quienes acaban identificándose
y encariñándose con el nombre recibido,
y lo reeditan en el hijo:
Los deseos no suelen heredarse,
pero los nombres pueden hacerlo
en forma indefinida.
Es bastante frecuente, tener hijos
para prolongar ese nombre no elegido,
como un deseo heredado.
Cargar con algo no deseado
puede parecer injusto, pero tampoco
es tan grave: No es lo único, y es sólo
una carga temporal.
Yo tenía dudas con mi nombre,
no sé si es el que hubiera elegido
para mi.
Ante la duda, mi hijo lleva el nombre de
mi padre.
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