(Asensio Escalante)
Todos los pecados provienen del pasado.
Se conoce: Hubo un estado anterior en
que no se conocía el pecado, ni se hablaba
de él.
Justos y pecadores observamos:
la presente observación no deja de ser una
extensión del pasado. Siempre está presente
el pasado y no es posible librarse de él:
Estaba antes que nosotros, y seguirá estando
después.
¿Qué es?
No sabemos mucho del pasado; antes de
constituírse en sustantivo ya era un participio.
Es tan insondable como inasible el presente:
este segundo ya es parte del pasado
aunque permanece conformando la oración
presente que aún no acaba.
Siempre fuimos prolongaciones del pasado,
mal que nos pese. No sería posible este
pensamiento sin todos los anteriores:
Somos deudores del pasado, y lo seríamos
aunque nadie más pecara hacia adelante.
Las dudas vigentes son sólo el reflejo
de las preexistentes.
Nuestros mejores deseos contienen, en
esencia, el germen del pecado heredado
que dejaremos en herencia, y otros
reproducirán hasta completar el ciclo.
Somos prolongaciones del pasado.
Las nuevas ideas, son pliegues o
desdoblamientos de otras precedentes.
Si algo tenemos, son precedentes,
y no son los mejores.
El pensamiento se encadena (no sabe hacer
otra cosa) en un sentido, que varía según el
movimiento de las redes que heredamos, y
nos heredarán.
El pensamiento crea nuevas cadenas
para sostener las distintas visiones del mundo
de la carne y el pecado.
Remontando hacia atrás ese encadenamiento
llegaríamos al estado de reposo, un estado anterior
a la creación del tiempo a cuya existencia nos
sometimos:
Un estado seguro y verdadero
donde el pecado no se conoce
y tampoco existe.
Habría que crearlo.
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